
La revolución digital ha transformado por completo la manera en que consumimos información, interactuamos con el contenido y nos conectamos con el mundo.
El modelo de publicidad de AdSense está agotado hace mucho y la IA le ha puesto el último clavo al ataúd. Los medios necesitan nuevas estrategias y evitar AdSense a toda costa.
MonetizaciónDurante más de dos décadas, la web se sostuvo sobre un pacto silencioso: los medios producían contenido, Google lo indexaba, y la publicidad mantenía vivo el ecosistema.
Ese equilibrio, que permitió la expansión del periodismo digital, está muriendo.
La irrupción de la inteligencia artificial y los nuevos buscadores generativos marcó el inicio del fin de una era.
Google ya no necesita enviar tráfico a los sitios. Ahora prefiere quedarse con la atención del usuario —y monetizarla desde su propio entorno.
Hace unas décadas, los medios impresos vivían de un doble ingreso: la publicidad y la venta del ejemplar físico.
Cuando migraron a la web, por necesidad o por simple inercia, entregaron sus contenidos gratis. Perdieron el ingreso directo del papel y entraron en un campo de batalla donde todos competían con todos: el New York Times con un portal hiperlocal, un blog de barrio con una gran cadena de noticias.
Google les ofreció un salvavidas: la publicidad programática de AdSense
Pero ese mismo sistema terminó exfoliándolos, drenando valor mientras prometía democratización. Huvo momentos en que AdSense podía ser razonablemente lucrativo, pero no duró mucho.
Hoy esa jugada se está cobrando su precio: el tráfico se esfuma y los ingresos de AdSense ya no alcanzan ni para sostener una redacción mínima.
AdSense no solo transformó la economía de la web: también distorsionó su cultura. Durante años se instaló la idea de que el éxito de un medio se medía en visitas.
Más tráfico significaba más fama, más relevancia, más dinero.
Pero esa ecuación solo funcionaba para unos pocos gigantes: los grandes medios generalistas que podían absorber millones de impresiones y jugar en escala.
Los medios pequeños y medianos, en cambio, quedaron atrapados en una carrera imposible. El modelo de la viralidad los empujó a competir por la atención de un público efímero y disperso, a publicar más, más rápido y más superficialmente.
El clic se volvió la medida de todo —y el contenido, una simple carnada para el algoritmo.
Esa obsesión por “pegarla” con una nota viral llevó a un escenario absurdo:
miles de medios compitiendo por segundos de atención,
sin construir identidad, comunidad ni valor propio.
Y además, generó otro tipo de crisis: la técnica.
Cada pico de tráfico traía consigo problemas de infraestructura, sobrecostos de hosting, caídas de servidores, consumo de ancho de banda y un estrés operativo que rara vez se compensaba con lo que Google terminaba pagando.
La viralidad fue, literalmente, una mina de oro que se agotaba en días… dejando solo polvo y facturas.
Nada fue tan ficticio: no todas las visitas valen lo mismo. De hecho, la mayoría no valen nada. Con los años, Google fue ajustando su algoritmo, filtrando clics inválidos, impresiones sospechosas y anuncios de bajo rendimiento.
El resultado fue inevitable: pago decreciente, dependencia creciente.
Hoy, lo importante no es tener millones de lectores casuales, sino las visitas adecuadas para la temática adecuada.
El medio que logre conectar con una comunidad pequeña pero fiel, con una audiencia alineada con su propuesta editorial, tiene más futuro que aquel que persigue clics vacíos.
La nueva métrica no es el alcance: es la pertenencia. Y eso, paradójicamente, puede ser mucho más rentable que cualquier pico viral.
Lejos de ser una tragedia, este colapso puede ser una oportunidad histórica.
Por primera vez en décadas, los medios y creadores pueden liberarse del modelo extractivo de Google y volver a construir una relación directa con su audiencia. La dependencia del algoritmo está llegando a su fin, y eso —aunque duela— es una buena noticia.
La clave del futuro no será el volumen, sino el vínculo. No se trata de competir por clics, sino de cultivar comunidades.
El nuevo valor ya no está en atraer multitudes anónimas, sino en conectar con grupos definidos, comprometidos y alineados con una propuesta editorial auténtica.
Esa conexión se construye con especialización, identidad y confianza. Los medios que elijan un camino propio —profundidad temática, rigor, coherencia y tono— van a encontrar en sus lectores una fuente de sostenibilidad más sólida y honesta. Tal vez no masiva, pero sí real.
En este conexto ya no hay espacio para los charlatanes digitales ni para la información vacía. Las inteligencias artificiales, con su capacidad de verificación y contraste, harán que las fake news se disuelvan con la misma rapidez con la que aparezcan. El futuro premiará a quienes conozcan de verdad lo que comunican, a los que profundicen, analicen y aporten contexto.
Eso sí: no será un proceso rápido ni sencillo. Muchos medios quedarán en el camino; otros se reconvertirán a la fuerza.
La transición hacia modelos de pago y comunidades cerradas requerirá tiempo, creatividad y valentía para abandonar las métricas de vanidad.
Pero la dirección es clara:
mejor una red de medios pequeños, especializados y sostenibles,
que un océano de portales genéricos compitiendo por clics fantasmas.
Durante años se repitió la idea de que Google necesitaba el clic: que su negocio dependía de enviar usuarios a los medios para que allí se mostraran los anuncios. Era una verdad a medias.
El ecosistema publicitario de Google se sostenía sobre tres eslabones claros:
AdWords, donde el anunciante crea y paga sus campañas;
AdSense, que distribuye esos anuncios;
y el sitio web, que funcionaba como intermediario, atrayendo tráfico y ofreciendo espacio publicitario a cambio de una pequeña comisión.
Durante casi dos décadas, ese triángulo fue el motor económico de la web abierta.
Pero esa arquitectura ya no le sirve a Google. Si los modelos de inteligencia artificial pueden responder consultas directamente —sin que el usuario salga del buscador o entre a ningún sitio— AdSense y AdWords dejan de necesitar al intermediario. El clic, ese pequeño gesto que sostenía a toda una industria, pierde valor hasta volverse irrelevante.
Y no: Google no es ingenuo ni se está disparando en el pie. Es todo lo contrario.
Está ejecutando una transición meticulosamente planificada: con cada paso de Gemini, SGE (Search Generative Experience) o “Gemini for Home”, se está apropiando del último tramo de atención humana que aún quedaba fuera de su control. La respuesta ya no proviene del contenido de terceros, sino de su propio modelo de IA, entrenado precisamente con ese contenido.
Mientras pueda identificar lo que querés —antes incluso de que lo sepas— puede mostrarte un producto, un anuncio o una recomendación personalizada sin salir de su ecosistema.
Por eso el tráfico dejó de ser una moneda de cambio entre medios y plataformas: la nueva moneda es la atención total, encapsulada dentro de los muros de Google.
Con este nuevo paradigma de búsquedas basadas en inteligencia artificial, los medios pierden su rol de intermediarios de valor. Google ya no los necesita para conectar a la audiencia con la información; los necesita solo como combustible para entrenar sus modelos. Y en ese proceso, borra del mapa a los productores de contenido que dieron forma a la web abierta.
Hay un eslabón más valioso aún para Google, incluso más que AdSense y Adwords. Se trata del servicio de analítica gratuito más potente y completo del mercado, Analytics. Una pequeña porción de código que, colocada en tu sitio, envía toda la información de tus usuarios a Google.
Google Analytics nació como una herramienta gratuita para que los sitios “midan su audiencia”, pero en realidad funciona como una gigantesca red de sensores distribuidos por toda la web. Cada sitio que lo implementa —desde un blog hasta un multimedio internacional— le entrega a Google información directa sobre el comportamiento de millones de usuarios, sus intereses, sus recorridos y sus hábitos.
Esa data no se usa solo para tu panel de métricas: alimenta todo el sistema de segmentación publicitaria y entrenamiento de modelos de IA. En definitiva, mientras los medios usan Analytics para “medirse”, Google los usa para conocernos.
Cuando un medio ve en su panel que 100 mil personas leyeron una nota, Google ve algo mucho más valioso:
Esa información —cruzada con Gmail, YouTube, Maps, Android y Chrome— le da a Google una visión integral del comportamiento humano digital. Los medios creen estar “usando una herramienta de medición”, pero en realidad son parte de una red de recolección de datos global.
Incluso si un medio elimina Adsense y levanta un muro de pago, si sigue utilizando Google Analytics o Tag Manager, Google continúa viendo quién entra, cuánto tiempo se queda, desde dónde y con qué intereses. Y con eso, sigue alimentando sus algoritmos de predicción y personalización.
Es decir: podés cortar con Adsense, pero si no cortás con Analytics, Google sigue bebiendo de tu pozo. Y lo hace gratis.
Párrafo aparte para Google Search Console, que basicamente tiene objetivos similares a Analytics.
El clic ya no importa, pero el dato sigue siendo oro puro. Google lo sabe, por eso su objetivo final no es solo dominar la atención, sino monopolizar la observación: saber cómo se comporta el público en cada rincón de internet, incluso donde su publicidad ya no entra.
En ese sentido, Analytics es el caballo de Troya perfecto. Mientras los medios buscan independencia financiera, siguen entregando su activo más valioso: la información sobre su audiencia.
Google puede dejar morir Adsense y transformar AdWords, pero Analytics seguirá siendo su mina de oro silenciosa mientras los medios lo mantengan instalado. Y ahí está el próximo paso de la emancipación digital: no solo dejar de depender del tráfico que Google da, sino también del conocimiento que le regalamos sin darnos cuenta.
La pantalla de resultados con “diez enlaces azules” ya es un fósil digital. El buscador del futuro no muestra enlaces: muestra respuestas. Y en ese nuevo contexto, optimizar para SEO tiene cada vez menos sentido.
El nuevo paradigma es el AEO (Answer Engine Optimization): estructurar la información para que las IAs la comprendan y, eventualmente, te citen. Pero incluso eso no garantiza tráfico, ni ingresos. La era del posicionamiento como motor de supervivencia está terminando.
Vamos llegando al final y a la respuesta a la pregunta planteada en el título.
Insistir con Adsense hoy es como tratar de vender diarios impresos en un aeropuerto vacío. Las visitas caen, los CPM se hunden y la visibilidad orgánica se reduce con cada actualización del algoritmo. Google está reabsorbiendo la atención y dejando afuera a quienes la generaban.
Y no, no se trata de un error o un descuido de Google. Es una jugada deliberada, un cálculo frío y perfectamente ejecutado: mantener a los creadores enganchados el mayor tiempo posible a un sistema que ya se sabe destinado a cerrarse sobre sí mismo.
Adsense no está en crisis: cumplió su ciclo y Google lo está dejando morir lentamente mientras migra toda la monetización hacia sus propias plataformas de inteligencia artificial y servicios cerrados.
Para los medios y creadores, eso significa una sola cosa: cuanto antes se corte el cordón, antes comenzará la transición real hacia un modelo sostenible.
Mientras antes dejes Adsense, más rápido vas a ver el cambio.
No se trata de una rebelión, sino de una decisión estratégica: dejar de alimentar un sistema que ya no tiene espacio para vos.
Todo este análisis nos lleva a una conclusión lógica. El muro de pago ya no es un tabú: es una necesidad.
Hace unos años nos preguntábamos si el muro de pago era realmente una forma válida y sostenible para los medios. Había mucho exepticismo respecto de si el público realmente estaría dispuesto a pagar por información que se encontraba gratuitamente en otros portales.
Hoy, las membresías, los accesos exclusivos y las comunidades privadas son el nuevo terreno fértil del periodismo digital.
No se trata de esconder la información, sino de darle valor.
La inteligencia artificial está demoliendo el viejo modelo publicitario, pero también está empujando a los creadores a redefinir su independencia. Lo que se pierde en alcance, se gana en calidad de vínculo.
El SEO ya no garantiza relevancia. Adsense ya no garantiza ingresos. Pero lo que sigue garantizando impacto es la voz humana, la conexión con mirada propia y el contenido que resiste al ruido.
Las personas seguiremos consumiendo información, pero solo aquella que nos de exclusividad y profundidad de conocimientos.
Estamos en un punto de inflexión:
La inteligencia artificial puede destruir la economía del clic,
pero también puede liberar al periodismo de su dependencia.
El futuro no será del que se adapte al algoritmo, sino del que reconstruya la confianza del lector. Y esa confianza, en tiempos de automatización, será el activo más valioso de todos.
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